El desastre sin paliativos que ha supuesto la subasta de interrumpibilidad para los sectores industriales electrointensivos que prestan este servicio al sistema eléctrico, no viene si no a confirmar la desafección de una parte del ejecutivo hacia el sector económico que en mayor medida permite a cualquier país generar riqueza y empleo estable y de calidad. No debe ser una verdadera prioridad, por mucho que en el preacuerdo de Gobierno que suscribieron PSOE y Unidas Podemos tras las elecciones del 10 de noviembre aparezca el impulso del desarrollo industrial como uno de los diez ejes prioritarios de actuación. La isla que supone el esfuerzo permanente del Ministerio de Industria y el compromiso personal de la Ministra Reyes Maroto y del equipo de Raúl Blanco -Secretario General de Industria- choca frontalmente contra la aversión patente hacia los sectores que lideran algunos parámetros tan fundamentales para el futuro de nuestra economía como la actividad exportadora o la inversión en investigación, innovación y desarrollo tecnológico.
Los últimos damnificados son la siderurgia y los sectores metalúrgicos, el cemento, el papel, los gases industriales, la química inorgánica y otros que, como bien señala el comunicado de la patronal del acero, condenan la inversión, el empleo y, en definitiva, la supervivencia. Lo peor es que este nuevo varapalo se une al daño ya causado al sector del automóvil -uno de los mayores tractores de la actividad económica-, a la negativa a extender la vida útil regulada de las plantas de cogeneración, a las sobrerretribuciones injustificadas que el sector gasista seguirá percibiendo los próximos años, a la paralización de Estatuto de los Consumidores Electrointensivos y del reglamento de redes cerradas de distribución, a la inminente laminación que se pretende de las compensaciones por emisiones indirectas de CO2, y a otra muchas iniciativas que, lejos de paliarlo, incrementan aún más el daño que causa el dudoso honor de sufrir los precios energéticos de mercado más altos de los principales países de la Unión Europea. La línea seguida es exactamente la contraria a la que siguen los líderes industriales de Europa, Francia y Alemania. Será que queremos parecernos a Mónaco.