OPINIÓN | Carlos Reinoso, Portavoz de la Alianza por la Competitividad de la Industria Española
Tribuna publicada el 20 de marzo de 2025 en elEconomista
En economía, el coste de oportunidad se define como el beneficio potencial que se pierde al escoger una opción frente a otra. Y este es precisamente el debate que se ha abierto en la opinión pública respecto al cierre nuclear y sus consecuencias.
Desde el punto de vista del consumidor, el abanico de riesgos es evidente, aunque es complejo definir su magnitud: ¿cuánto se elevará el precio del kWh?, ¿cuántas emisiones adicionales se generarán?, ¿pondremos en riesgo la seguridad de suministro?, ¿incrementaremos nuestra dependencia energética?
Difícil predecir el futuro, pero basta echar vistazo a lo ocurrido en Alemania para intuir las consecuencias para nuestro país. O, mejor dicho, para sus empresas y ciudadanos, porque no quepa duda de que seremos los que pagaremos la factura, independientemente de su magnitud.
Así, en el tema nuclear es indispensable analizar el coste de oportunidad. Y coincidiendo en que es posible que dentro de veinticinco años podamos prescindir de esa energía, la pregunta más idónea no es el «cómo», sino el «cuándo».
La industria debe incorporar al debate las implicaciones que tendría acometer el actual calendario de cierres. Y la oportunidad de elegir bien o al menos lo mejor, la tenemos ahora.
El coste elevado a la máxima potencia lo conllevarían posibles fallos en la seguridad de suministro. Y es que el mix energético, sea cual sea y preferiblemente descarbonizado, debe anteponer la garantía del suministro.
Imaginemos una región industrial donde el elevado consumo energético es inherente a la actividad productiva. ¿Qué pasaría si la maquinaria se detuviera de manera recurrente? La falta intermitente de energía detiene la producción, generando pérdidas económicas directas, sobre todo, en industrias que operan en ciclos continuos y no pueden modular su actividad fácilmente.
Habría que añadir los costes asociados al reinicio de la maquinaria, que implica un consumo adicional de materiales, energía y mano de obra. Además, las consecuencias impactarían en de toda la cadena de suministro. A esto se sumarían costes indirectos derivados del deterioro de la reputación o de daños a equipos o productos en proceso. Esto, en ningún caso, puede normalizarse, pues sería insostenible para la industria y la economía.
Y en un futuro cercano, sin la aportación de una energía firme como la nuclear, la seguridad de suministro podría no estar garantizada. Un informe de finales de 2023 de Red Eléctrica alerta en este sentido. El estudio analiza el impacto de la reducción de potencia firme disponible en el mix energético, en un contexto donde las energías renovables, ganan peso sin poder garantizar un suministro continuo. Y es que la variabilidad de la generación de las renovables hace crucial la necesidad de hacer una correcta evaluación de la capacidad del sistema para cubrir la demanda. Más aún a medida que avance la electrificación de la economía, y dada la condición de isla energética de la Península Ibérica por su limitada capacidad de interconexión.
Las conclusiones del análisis indican que existen riesgos de cobertura que superan los estándares de fiabilidad aceptables si se mantiene el calendario de cierre de las nucleares y se produce una reducción adicional de la capacidad firme del sistema, lo que lleva a Red Eléctrica a recomendar la adopción de medidas para garantizar el suministro.
¿La conclusión? Es imprescindible disponer de potencia firme para garantizar el suministro. En el caso de España, la opción más viable para ello parece ser comenzar por la extensión de la vida útil de las centrales nucleares.
Estamos en el momento oportuno para aprovechar la oportunidad. ¿Sí o no a la extensión de las nucleares? Valoremos… La industria requiere de unos costes energéticos competitivos, y la aportación de la nuclear puede contribuir a alcanzarlos. Antes de cerrar las nucleares, necesitamos saber cuál sería el coste, tanto para la industria como para la economía. Y esto no es un capricho, es una necesidad.
La Comisión Europea es consciente de ello. Así, su recién aprobado Plan de Acción para una Energía Asequible arroja datos preocupantes. Los precios minoristas de la electricidad casi se han duplicado: para un consumidor industrial mediano, los precios en 2023 se mantuvieron un 97% por encima de su promedio de 2014-2020. Mientras, la brecha en los precios de la energía entre la UE y nuestros principales competidores sigue aumentando: los precios minoristas de la electricidad en la UE en el segundo trimestre de 2024 fueron 2,2 veces los de EE. UU. y el doble que en China.
¿La víctima? Nuestra competitividad. De modo que el debate sobre la extensión de la vida útil de las nucleares cobra relevancia crítica en un momento de máxima preocupación por el coste energético de nuestra industria.
¿La oportunidad? Valorar el coste de oportunidad de integrar estas centrales en el mix energético futuro de manera que refuercen la seguridad del suministro y contribuyan a garantizar condiciones más competitivas para el sector industrial, como parte del acuerdo de extensión. La clave, elegir bien el «cuándo».