El Gobierno español ha dispuesto un eje básico en el desarrollo del futuro modelo económico de nuestro país similar al que prácticamente se ha establecido en toda Europa: la Transición Ecológica que, en términos más concretos, refiere simultáneamente al desarrollo de una economía descarbonizada y circular.
En realidad, aunque ambos elementos parezcan novedosos, estos dos parámetros llevan muchos años incorporados a nuestro modelo económico, impulsados por las políticas comunitarias.
Las sucesivas directivas de comercio de derechos de emisión y los compromisos sobre el cambio climático -que de facto sólo se toma realmente en serio Europa-, el impulso ampliamente subvencionado para la implantación de energías renovables o la profusa normativa sobre residuos, destacan a Europa como la región con el modelo económico más avanzado desde el punto de vista de la sostenibilidad ambiental, ante lo que es perfectamente objetivo inferir que disponemos de las instalaciones industriales y tecnologías más sostenibles del mundo.
A nadie se le oculta que todas estas normativas han generado una pérdida de competitividad. Por una parte, se han disparado nuestros costes energéticos -uno de los factores de coste fundamentales-, tanto porque se incorporan las subvenciones a los generadores renovables como por el sistema de precios marginalistas que nos condena día tras día sin que podamos cubrir la demanda con las tecnologías más económicas.
Por otra parte, por las estrictas limitaciones que hemos establecido en Europa (incluyendo una importante fiscalidad asociada) a la producción, comercialización o eliminación de productos y bienes, algo que, con suma timidez, empiezan a incorporar las economías emergentes y que en otras zonas avanzadas se adopta de forma casi testimonial. En realidad, en ninguna otra zona del mundo se produce con mayores estándares de calidad y protección ambiental.
Pese a la pérdida de competitividad, las empresas españolas y europeas industriales, las que compiten internacionalmente y no podrían sobrevivir si sólo operaran en el mercado comunitario, han mantenido una calidad laboral muy elevada en términos de cualificación, estabilidad y salario. Recordemos que, por ejemplo en el sector químico, el salario medio se sitúa en España por encima de los 38.000 € al año y el volumen de contratos indefinidos supera el 90%, por no hablar de la aplicación de políticas de igualdad, conciliación o integración de la diversidad que les aseguro no encontrarán en la mayoría de los países del mundo.
Paralelamente, el empleo que generamos en las empresas permite al Estado desarrollar políticas sociales debido a la importante contribución vía cotizaciones sociales e IRPF que generamos (más de 20.000 € por trabajador y año, por continuar con el ejemplo del sector químico), sin tener en cuenta todos los ingresos que provienen de la alta fiscalidad a la que está sometida la actividad empresarial de nuestro país en comparación con los países situados fuera de la Unión Europea.
Y este es el verdadero milagro de gran parte de la industria europea, incluyendo la española. Pese a las restricciones operativas para competir o el incremento de los factores de coste, seguimos operando y, además, manteniendo nuestra contribución económica y fiscal al país, gracias a la cual todos los ciudadanos podemos disponer de la mejor sanidad y de la mayor esperanza de vida del mundo, según estudios recientes.
Que hemos sobrevivido, es evidente. Y que nos hemos acostumbrado a la permanente zozobra ante cada iniciativa legislativa maximalista, también. En cierta ocasión, un alto ejecutivo de la Comisión Europea nos espetaba a un grupo de representantes de sectores industriales que nos quejábamos mucho de lo estricto de las regulaciones, pero que al final siempre nos adaptábamos para salir adelante. Alguien le contestó: “de momento, nos empujáis desde un primer piso y, aunque magullados y cojos, nos levantamos. Pero cuando nos empujéis desde la azotea, tened la seguridad de que no nos van a brotar alas”.
Este es el razonamiento que tratamos de trasladar a las Autoridades de aquí o de Bruselas. Todos queremos avanzar en el camino de la transición ecológica y podemos hacerlo, pero es necesario que las transiciones permitan la adaptación. No pueden ser disruptivas. Es esencial que, para lograr los cambios tecnológicos necesarios, creamos y utilicemos la ciencia y la innovación, que a la postre son las herramientas que nos permitirán avanzar hacia la descarbonización y la economía circular.
Porque llevamos años innovando y avanzando. Un coche actual genera el 10% de las emisiones que generaba hace 50 años y se sigue investigando para desarrollar motores de pila de hidrógeno o en la neutralización de las emisiones de los motores de combustión. Estamos incrementando día a día la capacidad de almacenamiento de energía y las baterías basadas en el grafeno o en moléculas orgánicas que actualmente se investigan podrían multiplicar la energía almacenable sin límite de ciclos de carga. Ya somos capaces de capturar el CO2 y utilizarlo en la fabricación de múltiples productos. Y hay que seguir investigando para que el proceso mejore su rentabilidad y eficiencia, pero se logrará prácticamente reutilizar, no sólo el CO2, sino cualquier contaminante, como nueva materia prima. También trabajamos en la mejora de las células fotovoltaicas y en la búsqueda de un rendimiento superior a las células de silicio cristalino.
Somos los primeros convencidos en el desarrollo de una industria neutra en emisiones y capaz de reincorporar los residuos a la cadena de valor como materia prima. Todas las grandes empresas industriales invierten miles de millones de dólares en mejorar progresivamente sus tecnologías, procesos y productos para que el automóvil, la vivienda, el teléfono móvil, una nevera o un medicamento, mejoren la calidad de vida de las personas sin generar impacto ambiental. Pero para ello es necesario que la estrategia europea en este ámbito se configure como un proceso adaptativo en el que las empresas puedan competir con las de terceros países.
De lo contrario, la producción industrial se trasladará mayoritariamente a China, donde se fabricará con mucha menor eficiencia ambiental y multiplicando la generación de emisiones. Y con la industria se irán los empleos de calidad bien remunerados y estables, decaerá vertiginosamente la contribución fiscal y social de las empresas y pasaremos a competir en el sector servicios. Pero no en los servicios avanzados de ingeniería, tecnología, innovación, financieros o de consultoría, porque estos acompañan invariablemente a los sectores industriales, tendremos que competir en servicios primarios. Tan dignos como cualquier otro, pero que tan sólo permiten hoy, por ejemplo en España, un salario medio anual de 13.900€.
Juan A. Labat, Director General de Feique